
Durante años, los responsables políticos internacionales han presionado para que a los migrantes les resulte más económico enviar remesas a sus hogares. Como en tantas intervenciones de Donald Trump, el presidente estadunidense cambió por completo esa lógica: quiere volverlo más caro. En las más de mil páginas del “grande y hermoso proyecto de ley”, que está pasando por el Congreso se encuentra una medida mezquina para gravar el dinero que envían al extranjero ciudadanos no estadunidenses, incluyendo titulares de visas y residentes permanentes.
La comisión promedio para transferir 200 dólares al extranjero es de 6.4 por ciento, según el Portal de Datos de Migración. El impuesto estadunidense elevaría esa cifra a casi 10 por ciento, convirtiendo a Estados Unidos (EU) –la principal fuente mundial de flujos de remesas, con transferencias anuales de al menos 80 mil millones de dólares (mdd)– en el país del G7 más caro para transferir dinero.
La presidenta de México Claudia Sheinbaum, país que recibe remesas por un valor de 4 por ciento de su PIB, calificó el gravámen como un impuesto a los pobres. Es probable que los países de Centroamérica, como Nicaragua, Guatemala y Honduras, que dependen de las remesas para obtener hasta una cuarta parte de su PIB, se vean mucho más afectados.
Sumado a los drásticos recortes a la ayuda y la amenaza de aranceles punitivos contra algunos de los países más pobres del mundo, como Lesoto y Madagascar, el impuesto propuesto a las remesas representa un nuevo golpe para los países con una necesidad desesperada de capital.
El impuesto a las remesas de Trump, por supuesto, no es un defecto de diseño, sino parte de una estrategia deliberada para expulsar a los inmigrantes, legales o no. Los estadunidenses que envíen dinero al extranjero tendrán que demostrar su ciudadanía para evitar el impuesto.
Esto podría disuadir plausiblemente parte de la migración de indocumentados a EU. Lo más probable es que las remesas se transfieran a criptomonedas y stablecoins o a través de redes clandestinas de “fideicomiso” hawala –un sistema tradicional e informal de transferencia de fondos que opera fuera de los canales bancarios tradicionales–, lo que dificultará la supervisión de los flujos por parte de las autoridades fiscales y policiales.
El impuesto propuesto forma parte de una estrategia más amplia de Trump para convertir en arma el sistema tributario contra quienes percibe como adversarios, ya sean grupos como los inmigrantes o instituciones como la Universidad de Harvard.
Los senadores deberían oponerse a un impuesto punitivo para las personas trabajadoras que envían parte de sus salarios a casa, especialmente en un momento de exenciones fiscales para los ricos. Innumerables estudios demuestran que estos flujos mejoran los resultados en materia de salud y educación en los países receptores.
En 2024, las remesas alcanzaron los 685 mil mdd, eclipsando los flujos de ayuda de 212 mil mdd de ese año, una diferencia que simplemente se ampliará con los recortes a la ayuda exterior. Estos flujos ya demostraron su resiliencia ante crisis globales como la crisis financiera de 2008 y la pandemia. En los 10 años hasta 2024, según el Banco Mundial, las remesas aumentaron 57 por ciento, mientras que la Inversión Extranjera Directa (IED) cayó 41 por ciento. En 2019, superaron por primera vez la IED en países en desarrollo.
Desde la perspectiva de los países receptores, las remesas son una fuente vital de financiamiento. Entre los países que más dependen de las remesas se encuentran Tayikistán, con 45 por ciento de su PIB, y Líbano, con 27 por ciento. Liberia recibe alrededor de 800 mil mdd en remesas al año, casi la totalidad de su presupuesto.
Ante los vertiginosos pagos de la deuda y el exorbitante costo del capital comercial, muchos países en desarrollo llegan a depender de estas transferencias. Esto no convierte a las remesas en una estrategia de desarrollo viable. Las economías en desarrollo deberían hacer todo lo posible para crear las condiciones para la inversión sostenible, la única vía a largo plazo para salir de la pobreza. Enviar a los mejores y más brillantes al extranjero solo puede jalar a una economía hasta cierto punto.
Aun así, la realidad es que, en un entorno de acceso cada vez más limitado al capital, las remesas son una válvula de escape mundial. El impuesto de Trump forma parte de una restricción mucho mayor de los flujos de capital hacia los países más pobres. Es poco probable que salga algo bueno de esto.
Fuente: Milenio.