
James Matthew Barrie tenía 6 años cuando su hermano David, el favorito de su madre, murió en un accidente de patinaje antes de cumplir 14. Barrie, pequeño y frágil, intentaba consolarla entrando a su habitación con una bandeja de comida, pero ella apenas levantaba la vista, murmurando: “¿Eres tú, David?”. Para ella, su hijo muerto seguía siendo el niño perfecto, mientras que el hijo vivo quedaba invisible, ignorado, sintiendo que jamás podría llenar ese vacío.
Barrie creció escuchando que lo único bueno de la muerte de David era que “nunca crecería y siempre necesitaría a su madre”. Él aprendió entonces que crecer significaba perder el amor de quien más necesitaba. Fue un golpe tan profundo que su cuerpo respondió con un retraso severo de crecimiento, un fenómeno hoy reconocido como “enanismo psicosocial”. Barrie llegó a medir apenas 1,47 metros de adulto y, aunque podía dejarse barba, su desarrollo sexual quedó incompleto.
La herida de esa infancia marcó toda su vida y obra. Barrie se rodeaba de niños y se obsesionó con la idea de la infancia eterna. En 1904 estrenó Peter Pan, la historia de un niño que se niega a crecer para no perder su mundo de juegos y afecto. Para Barrie, Peter no era un personaje de fantasía: era un reflejo de su propia imposibilidad de madurar, de ese niño que se quedó atrapado en la esperanza de que, si no crecía, su madre al fin lo amaría.
Peter Pan nació del duelo y la soledad. Barrie transformó su dolor en un cuento que parecía alegre, pero en el fondo era un grito de un niño que se quedó esperando en la puerta de la habitación de su madre, buscando un “te quiero” que nunca llegó. La historia de Nunca Jamás no es un cuento de hadas: es el relato de un hombre que, por amor, nunca pudo crecer.

Fuente:Radio somos.